
En la cumbre BRICS de 2025 en Río de Janeiro, Gabriel Boric protagonizó un espectáculo diplomático que bien podría compararse con irrumpir en un matrimonio para insultar a la novia.
Con una osadía que raya en la imprudencia, Boric exigió condenar lo que él llama la “agresión unilateral de Rusia a Ucrania”, equiparándola nada menos que con las acciones de Israel en Palestina para, supuestamente, evitar un doble estándar.
Sus palabras, recogidas por medios como CNN Chile y amplificadas en X, no solo desafiaron a Rusia, un pilar intocable del bloque BRICS, sino que dejaron a Chile como el invitado incómodo que nadie pidió en la mesa principal.
Rusia, representada por Sergei Lavrov ante la ausencia de Vladimir Putin, es la novia de esta analogía: un miembro clave de los BRICS, cuya influencia económica y geopolítica sostiene al grupo junto a China, India, Brasil, Sudáfrica y los nuevos socios como Irán o Arabia Saudita.
En X, el eco fue brutal. Usuarios lo tildaron de “provocador amateur” y “diplomático de cartón”, señalando que su arranque idealista no solo careció de impacto, sino que pudo haber saboteado las aspiraciones de Chile de acercarse a los BRICS, un bloque que representa oportunidades comerciales cruciales.
La comparación con Israel, un intento torpe de sonar equilibrado, solo añadió ruido a un discurso que ya sonaba desubicado. Los BRICS no son la ONU ni un club de debates éticos; son una alianza de intereses donde Rusia juega en primera división y Chile, por ahora, apenas mira desde la tribuna.
Boric, con su retórica de principios, parece no entender que la geopolítica no se gana con gestos quijotescos. Su intervención no cambiará el curso de la guerra en Ucrania, pero sí podría costarle a Chile aliados estratégicos en un bloque que no tolera sermones de forasteros. Boric fue al matrimonio a pelear con la novia, y ahora Chile podría quedarse sin brindis.