Septiembre: Patria, patrioterío, Comadre Lola, ríos de cerveza, aserrín en las pistas, aguinaldos escuálidos para asados salvajes, 78 muertes en las carreteras, 37 finados más en alguna acequia.
Pero septiembre es más que todo eso. Es cielo, helado al iniciarse para terminar con generosos rayos de sol en los dieciochos chicos. Mes en que a la gente se les parte el mes, por esta celebración que lo marca, entonces su preocupación es cómo pasarlo, que días faltar o a qué balneario local ir un par de días de descanso de guerrero, un tributo al cielo.
Y algunos, cada vez más pocos, estaremos persistentemente conmemorando a los caídos durante la dictadura. Los cielos se llevarán las almas a la morada de los creyentes y se llenarán de volantines y cambuchas, preferentemente made in china. Los cielos serán surcados por ondas radiales que celebran, a punta de reggeton, la Primera Junta de Gobierno del rockstar Mateo de Toro y Zambrano.
Los cielos recortarán la bandera tricolor de escuelita pública los lunes, cuando sea izada por los mejores alumnos y el profesor jefe dirija el coro de infantes alborozados: llese campóe flore bordaaaaado es la copiá felí deledén. Los cielos ahumados de mi Temuco se llenarán de cánticos y papel picado clandestino cuando ingrese, de nuevo a la cancha del German Becker, la querida escuadra albiverde.
Los cielos serán arremolinados por un pañuelito que intenta bailar una danza casi olvidada de chinganas decimonónicas. Y llorarán un par de veces los cielos si aparece un circo multicolor a instalar acróbatas, tonys calugas y famélicos felinos en los últimos espacios públicos de esta patria privatizada.
Y serán surcados por estelas tricolores del Grupo de Halcones de la Fach, bellas y millonarias estelas cargadas al erario nacional, durante el rito de mostrar las armas a enemigos imaginarios, con marcha de soldaditos incluida. Que tras este impecable desfile se distribuirán en campos y calles de la patria para pegar lumazos a obreros, mapuches y dueñas de casa sin casa, para desnudar niños en sus comisarías y para sapear los movimientos sociales.
Los dignatarios que tomarán chicha en cacho, ofrecida por huasos plásticos del Club Gil Letelier, tras este esplendoroso desfile volverán a sus despachos para hacer negocios de cómo seguir vendiendo la patria recién celebrada. Y los cielos de septiembre, cantado en el himno que lo encuentra azulado, será el espacio en que las aves migratoria retornen directamente desde el imperio del norte a sus habitats republicanos y chilenos, a las playas, a vivir unos meses acá.
Los cielos nos llenarán de noches de fuegos de artificio para las familias y para que los más atrevidos se vayan a esos ritos saturnales, de las ramadas de pueblo o de barrio bravo. No hay septiembre sin cielo, no podría haber, el cielo es la única manera de soportarlo, para que tenga un toque de sentido. Y algunos vinos; y algunos ritmos que arremeten mis pulsiones. Y varios tipos arrollados y embutidos, que aparecen en las picadas donde siempre es septiembre. Y si no convalezco de frío porque se ha demorado la primavera, me alegrará el retorno de algún corazón. Y la alegría de ver como la gente enchula sus casas en esta época, arreglan el cacharrito para irse de paseo y se cacharpean para pasear en la plaza sureña con la mejor de las pintas.
Felicidad tibia de los cielos y los cumpleaños de la familia porque nacieron todos seguiditos, y de mi princesa Violetita que me dio vuelta el mundo de los septiembres, hace trece de ellos.
Así transcurrirá este mes, florecerán los campos, las aldeas saldrán de la somnolencia un rato y se marchitarán las ciudades. Por eso el espacio para conquistar, para evadir, para olvidar, para luchar o para disfrutar es irremediablemente el cielo. Porque nos queda la opción la opción de mundalizar el cielo, de quitarle la exclusividad de ese territorio a los cristianos y repartirlo en las poblaciones, en las escuelas, en las fábricas. Abrir las ventanas para que pase y dejarlo en el corazón para adentro.