Por Patricio Riquelme Luco.
Antes que se realizara la llamada histórica jornada del 5 de octubre de 1988, se rumoreaba fuertemente que podría haber un fraude electoral, desconociéndose un eventual triunfo del NO. Eso era lo mínimo que se podía esperar de una dictadura que asesinaba, torturaba y hacía desaparecer a las personas.
Por eso, la Oposición preparó un clima con observadores internacionales y con la consigna en las calles, para todo el mundo, de elecciones libres, secretas, informadas y limpias. También se elaboró un sistema de recuento paralelo de los votos, en cada rincón del país, que requirió una afinada organización e incluso, dicen, el uso de incipientes equipos informáticos recién llegados.
Yo en aquellos años sólo tenía un Atari que demoraba 30 minutos en cargar un juego desde una casetera y se programaba con BASIC, pero el recuento de votos de la casa era sencillo, dos mayores de edad, dos votos NO, mi madre y yo. El sistema con que en la Oposición enfrentábamos el plebiscito, ampliamente difundido en asambleas y reuniones, consistía en capacitación para defender los votos, evitar provocaciones en las calles o en los recintos de votación que pudieran empañar el proceso, no quitarle el ojo a los sucios derechistas en las mesas porque podían manipular los votos y anotar resultados mesa a mesa, para hacerlos llegar a un comando local.
Otros pensábamos que si eso no era suficiente, debíamos defender con todo nuestros votos. Así, desde varias semanas antes ya había una planificación de cómo organizarnos logísticamente para resistir una nueva asonada de los militares, si se desconocía el triunfo popular. Si ellos eran capaces de todo, nosotros igual.
Sin embargo, la opinión que aglutinaba a casi todos era la confianza en la movilización social. La gente en las calles era la que cambiaba el mundo. Lo cambiaría en esa primavera del 88 y desde mucho antes lo estaba haciendo saliendo desde oscuros inviernos a comienzos de los 80 a desafiar a la temible dictadura.
La gente en las barricadas cambió el mundo en el Paris del 68 y el de todas las décadas. Vimos por televisión a la gente en las calles de Filipinas derrocar al dictador Marcos. Confiábamos en nuestra capacidad callejera, nos sacamos y nos sacaron la cresta en las calles. Nadie nos robaría nuestro triunfo. Ganaríamos por ellos, por los que lucharon y resistieron desde el comienzo; por los valientes de verdad. Como a muchos con los que he conversado, me costó dormir esa noche y soñé con hijas y nietas que conocerían la libertad.
Hace 24 años fui muy temprano a votar, era la primera vez que lo hacía. Fue un 5 de octubre, aniversario de la muerte en combate de Miguel (y ya sabes a cuál Miguel me refiero, como escribió Gonzalo. Y ya sabes a cuál Gonzalo me refiero). Ese 5 voté “sin odio, sin miedo”, en el Liceo Pablo Neruda de Temuco. Mi voto era un NO Hasta Vencer, como decía la chapita que usaba en la casaca de cuero argentina; nunca usé la otra chapa, la marketeada del arcoíris, cosas de los 80 nada más.
En la tarde fui a los recuentos de mesa, como un obrero más colaboré con el conteo de votos, peleando con vocales y apoderados del SI hasta el más pequeño detalle. Anoté y no me gustó lo que vi, perdíamos en muchas urnas, claro que el local era el de las primeras mesas y decía el folklore popular que en esas se inscribían los más derechistas, los pacos y los conscriptos. Ya que no era ni lo uno, ni lo otro, ni lo otro, sino todo lo contrario, me había inscrito a las semanas de abierto el registro electoral, en un impulso adolescente de civilidad.
Le pasé mi papeleta con los resultados a uno de nuestros encargados de local, que lo juntó con otras y se lo dio a un mensajero, un compañero en bicicleta, que pedaleó raudo al local. A la misma hora todo Chile pedaleaba. Angelicales compañeras llegaban volando con los resultados en arrugadas y sudadas papeletas guardadas como tesoro en su revolucionario y ardiente regazo. Mensajeros que entregaban la buenanueva cristiana de la resurrección de la democracia. Mensajeros aterrizando desde el cielo hasta las sedes, pequeñas casuchas muchas a veces, donde por teléfono se llamaban a comandos zonales, para llegar con el dato certero hasta el corazón nacional, el comando central del NO.
También la prensa libre y los veedores llevaban su propia estadística. Habíamos dado el primer gran golpe, nosotros, los callejeros, manejábamos la información. Además el antiguo pueblo, la gente como se le había empezado a decir, estaba con la mano en el picaporte de la puerta, esperando salir a protestar si olía algo podrido; ya llevábamos muchos años protestando y sabíamos como ganarla.
El resto es bastante más conocido, de eso se han escrito ríos de tinta y mares de páginas de Word. La dictadura trató de torcer la voluntad popular, dando a conocer los primeros resultados en mesas favorables de Las Condes, Cachagua y Rocas de Santo Domingo. El pueblo comenzó a girar el picaporte.
El subsecretario Cardemil mentía con una desfachatez increíble, dando cómputos extraterrestres, en Las Condes abrían los primeros champañas. El pueblo atravesaba su estrecho y bien cuidado antejardín para llegar a la reja. Radio Cooperativa y Chilena, daban los resultados de la Oposición que no cuadraban con los oficiales. El pueblo abría la reja, soltaba al quiltro para que lo acompañara a la esquina a juntarse con los vecinos, el quiltro a juntarse con la quiltra y una pequeña radio a pilas se prendía.
Segundos resultados parciales y seguía ganado el SI, impávido Cardemil como mayordomo inglés. El pueblo con la puebla en las esquinas se impacienta; los más jóvenes echan a rodar neumáticos viejos en dirección a la calle principal. Se junta la junta y conocen los resultados que estaban ocultando, perdían hasta en La Antártida, se suspende la siguiente entrega de resultados; deliberarán como dar un nuevo Golpe.
En las esquinas, los callejeros escuchamos e intercambiamos otros cómputos, de prensa extranjera, de ONGs, del Comando del NO; enfilamos al centro y en el camino se unen decenas, que con otros son centenares y miles y miles por el país; como cuando se pedaleaba en la tarde.
La junta sigue junta y deciden reconocer la derrota parcial, pero a cambio crean la democracia de los acuerdos, la transición pactada, la medida de lo posible y otras vainas más. La insolencia de los callejeros será vengada; mandan al mocito Cardemil a contar la firme. Y el pueblo que marchaba a tomarse el palacio escucha en la pequeña radio a pilas que se ganó oficialmente; desatándose el carnaval, de abrazos y besos. En la población se abrían las primeras cajas de tinto. Y yo, llegué al centro de Temuco; con una gran masa de estudiantes hambrientos y pueblo enfervorizado. Celebramos, cantamos ilusos, cantamos rojas canciones; hasta que de un guanacazo en Aldunate con Lautaro nos hicieron volver a casa. Ya habría tiempo para seguir celebrando.
El resto ya se sabe. No llegó la alegría o como dijo mi amigo Saulo, llegó para los que inventaron esto y se la llevaron para su casa, con arcoíris y todo. Finalmente palmaditas en la espalda con los violadores de los DDHH, perdón y olvido, repartija de embajadas y ministerios, un país en venta, profundización del modelo, el tirano impune, se desata el consumo, pérdidas de los valores que nos llevaron a unirnos contra la dictadura, una democracia protegida, una ciudadanía secuestrada, pastabase inundando las poblaciones más combativas, barrios amurallados, desconfianza en los vecinos, arribismo estúpido e inútil, lucro en la educación y salud, desprotección a los trabajadores, transnacionales llevándose nuestras riquezas, “jurbol” y farándula en las pantallas de la cajita imbécil, desigualdad social, iglesias silentes, cómplices y pedófilas, corrupción desbordada, macro economía de jaguar y microeconomía de ratón, políticos endogámicos y perpetuos. Finalmente hubo fraude electoral. Nos robaron el NO. Cardemil a media tarde tenía razón, hace 24 años y hasta el día de hoy ganó el SÍ.