
Por Claudia Meza Narváez, kinesióloga, docente de la carrera de Kinesiología de la Universidad Santo Tomás Temuco, Mg. en Docencia e Innovación Pedagógica en Educación Superior, especialista en Neurokinesiología, especialista en Integración Sensorial, formada en Psicomotricidad y Terapeuta CME Nivel II.
Este 3 de diciembre es el Día Internacional de las Personas con Discapacidad, el cual invita a reflexionar sobre cómo entendemos este concepto y cómo nuestras acciones como profesionales de salud pueden influir en niñas, niños y sus familias. Según la Clasificación Internacional del Funcionamiento, la Discapacidad y la Salud (CIF), la discapacidad no es una característica fija de la persona, sino el resultado de la interacción de la condición de salud, interrelacionándose las deficiencias existentes, las actividades que puede realizar, su participación social, y los factores contextuales tales como elementos personales y ambientales que influyen en su desempeño (OMS, 2023). Esta definición rompe con visiones históricas centradas en el déficit y propone una mirada bio-psico-social que reconoce capacidades, contextos y oportunidades.
La OMS expone que alrededor de 1300 millones de personas —aproximadamente el 16 % de la población mundial— viven con alguna forma de discapacidad significativa. En Chile, datos del Encuesta Nacional de Discapacidad y Dependencia (ENDIDE) 2022 indican que alrededor del 17,6 % de la población adulta presenta algún grado de discapacidad. Estas cifras evidencian la magnitud del fenómeno y la urgencia de avanzar hacia prácticas inclusivas y políticas públicas que reduzcan la inequidad.
Desde la neurokinesiología infantil, el enfoque CIF se traduce en una evaluación centrada en la función real y la participación: qué puede hacer el niño o la niña, qué desea hacer y qué le impide hacerlo. Esto implica intervenir no solo en los aspectos del movimiento, sino también en las condiciones del entorno, el acompañamiento familiar y las oportunidades de práctica significativa. La meta no es “normalizar” el cuerpo, sino potenciar la autonomía, la exploración y la participación en contextos naturales.
Destigmatizar la discapacidad significa comprenderla como parte de la diversidad humana. Requiere abandonar etiquetas, escuchar a las familias, adaptar espacios educativos y de salud, y promover que cada niño o niña pueda desarrollarse plenamente. Este 3 de diciembre, reivindiquemos nuestra mirada hacia las potencialidades y las posibilidades de orientar intervenciones más humanas, respetuosas y alineadas con los derechos de la infancia.